La naturaleza siempre ha sido uno de los mejores aliados para potenciar el bienestar. Es por ello que estamos en una constante búsqueda de actividades que potencien esas sensaciones positivas. Para exprimir al máximo estos beneficios, existen los “jardines terapéuticos”, un espacio verde que está diseñado para favorecer, además de la relación e interacción con la naturaleza, la estimulación, educación, desarrollo y rehabilitación a un nivel físico, psicológico y emocional. Aunque su uso está cada vez más extendido en hospitales, residencias de mayores, centros de cuidados, o pisos tutelados, la realidad es que su origen se remonta al antiguo Egipto, donde culturalmente se entendían los espacios exteriores ajardinados espiritual y emocionalmente curativos.
Según los expertos de la Asociación Americana de Terapia de Horticultura (AHTA), los jardines terapéuticos son capaces de reducir el estrés, los síntomas de enfermedades mentales como la esquizofrenia, la demencia, el Trastorno del Espectro Autista, Trastornos del Estado de Ánimo y patologías relacionadas, para mejorar nuestro estado de ánimo.
Además, muchos pacientes experimentan mejoras en el sentimiento de autoeficacia, en el sentido del logro y el éxito y, en el descubrimiento de actividades placenteras y relajantes. Permite que las personas desarrollen su propia identidad, salgan de su rol de enfermo dependiente de los demás y se involucren en una ocupación percibida como importante por la sociedad.
En este contexto, el paisajista Fernando Pozuelo ha querido destacar algunas de las características de estos jardines y cómo podemos hacer que el impacto positivo sea mayor:
Estímulo visual: Los colores vivos de las flores resultan llamativos para los pacientes y les pueden transmitir cierto grado de concentración. También a través de las texturas, que a la vista pueden ser agradables, y sobre todo el color verde, que los tranquiliza, no solo a través de las plantas, sino también en cuadros o trampantojos que se pueden pintar en los propios centros.
Especies más sensoriales: El uso de plantas aromáticas como la lavanda, el romero, la santolina, contribuyen a una estimulación del olfato, algo que también ayuda a los pacientes. Para trabajar el tacto, tocar con la punta de los dedos algunas especies, como pueden ser las gramíneas, que son plantas más gráciles, más suaves y sedosas, resulta tranquilizador.
Diseño y distribución: El diseño de estos jardines es algo esencial, ya que todo tiene que estar dispuesto con un claro objetivo: potenciar esa interacción con el entorno natural. Estos diseños suelen ser muy organizados y rectilíneos especialmente en las zonas de cultivo, y se distribuyen por canteros o por parterres, que tienden a ser bastante ortogonales.
El fin de este diseño es el de generar diferentes zonas de uso. Una de ellas puede ser una zona para el cultivo, zonas recreativas, donde poder realizar deporte o actividades al aire libre, zonas de paseo o espacios alejados para concentrarse a través de técnicas como la pintura o escultura, incluso una zona de servicio donde se guarde las herramientas que ayudarán en el posterior cuidado del jardín.
El mantenimiento como ritual: El cuidado de nuestros jardines se puede considerar como una fórmula curativa en sí misma. Los pacientes pueden realizar actividades con las plantas, como la poda, las escardas a la hora de eliminar las malas hierbas, cosechar, segar… algo que se puede convertir en una rutina, siendo actividades que ayudan a relajarse y encontrar ese momento zen.
Todas estas actividades permiten el desarrollo de relaciones interpersonales con otras personas, así como la cooperación, la responsabilidad y la comunicación.
“Aunque hemos destacado su uso en diferentes instituciones, su expansión está llegando al ámbito privado, y es que cada vez son más los hogares que apuestan por un diseño que incite a la interacción con la naturaleza con un propósito de la búsqueda del bienestar”, comenta Fernando Pozuelo.